Felipe Cardeña y la poesía del kitsch
Edward Lucie-Smith

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El kitsch se ha vuelto el verdadero idioma de la cultura contemporánea. Poco antes que me pusiera a escribir esta breve introducción al trabajo de Felipe Cardeña, me encontraba en Lituania, charlando con el director de uno de los más importantes lugares de arte de este país. «El asunto,» me dijo él, «es que hoy hay un gap enorme entre la esfera pública y la privada en los artes visuales. Una exposición de arte contemporáneo en un espacio público hoy en día trata por lo general de ser un importante evento teatral – las instalaciones son decorados de teatro huérfanos, despojados de los actores que tendrían que habitar en ellos. Demasiado a menudo, nos sentimos como intrusos cuando los visitamos. Y no hay duda de la filiación teatral del video, que ahora compite con las instalaciones en popularidad. El resultado es que el llamado arte mayor contemporáneo tiende a prolongar su vida sólo en la memoria. Aparece de modo fugaz, rápidamente, en ciertas bienales o en ciertos museos de arte moderno y contemporáneo, como el Pompidou y el Tate Modern. Y después se desvanece para siempre. Aquellos que tuvieron la suerte de asistir al evento, compadecen a los que no lo pudieron hacer, pero de toda forma las descripciones nunca pueden reemplazar lo real.»

Queda con el público de masas no solamente el hambre por la sacudida inmediata de la experiencia teatral, sino también la sed de objetos, pequeños tokens, talismanes con una buena historia. Se sienten menos intimidados por ellos que por los iconos de la alta cultura del pasado, que de toda forma no se pueden dar el lujo de poseer. Por lo tanto, el origen del kitsch. Este es un fenómeno que Felipe Cardeña toma en consideración con ingenio, simpatía y un toque de poesía. El tiene a su alcance fuentes muy variadas, como corresponde a un artista que vive en el mundo del musée imaginaire y de su nuevo todopoderoso mediador, el Internet. En esta exposición podemos encontrar imágenes de casi todas las culturas conocidas – Leonardo da Vinci (Dama del armiño) está codo a codo con Gauguin, Boccioni, Batman, el héroe de los cómics, y el anime japonés. Y muchos son los dioses brotados del panteón del hinduismo, en un estilo que le debe algo a las baratas oleografías que se encuentran en las tiendas indianas o en los centros comerciales de todo el mundo y puede ser también a las cintas de Bollywood. Estas imágenes humanas tan diferentes se insertan en una matriz de suntuosas flores y a veces pedazos de fruta. La implicación es que estos seres divinos viven en una esfera celestial, contingua a la nuestra, pero son totalmente visibles sólo cuando el artista nos permite verlos.

Los collages que podemos ver en esta exposición son kitsch, pero también comentarios sobre el kitsch – sobre el anhelo de una narrativa que puede ser compartida, que queda al alcance intelectual y físico. No es una casualidad si estas obras son bastante modestas en tamaño. Ni siquiera es una casualidad si, cuando los iconos de la alta cultura estan presentes, se hacen el objeto de un tipo de hipérbole irónica que les quita el elemento de intimidación.

Vivimos en una cultura democrática y estas son obras de arte esencialmente democráticas aunque no introduzcan ningún tipo de acción ni política ni social. Ellas entienden la necesidad de fantasía y romance. No son en ningún sentido amenazantes. Se trata de un desafío sólo a una especie de elitismo, que niega a la audiencia de masas la posibilidad de un arte que es íntimo y habla al espectador de uno a uno, sin ninguna pretensión de superioridad cultural.