El mundo de flores y colores de Felipe Cardeña
de Aldo Dalla Vecchia

Share

Facebook Twitter Google+

Basta con admirar uno de los muchos collages que ha realizado en los últimos tiempos para quedarse prendado de su arte, que derrocha alegría, felicidad y belleza. Flores de todos los tipos, dimensiones y colores sirven de base a composiciones extraordinarias por su originalidad e ingenio. Una de sus últimas serie de trabajos, titulada The Black Dahlia, como la célebre novela de James Ellroy, es un homenaje personalísimo y desencantado a la América de las pin-ups, al cine negro de los años cincuenta y a la literatura da las revistas pop. Se trata de una más entre las múltiples facetas de su trabajo y su arte. Nos hemos encontrado con él y hemos podido adentrarnos en «el maravilloso mundo de Felipe» contado por sus propias palabras.

¿Como nació su pasión por el arte y alrededores?
Es una «enfermedad» contraída desde niño. Mi tío, un ex cura (un tipo bastante extraño a la Almodóvar que había sido echado por la Iglesia debido a una misteriosa historia personal, de que en familia estaba prohibido hablar), cuando yo era pequeño a menudo se me llevaba durante largas temporadas de vacaciones «culturales»: en Madrid (grandes atracones de pintura en el Prado), en Barcelona (la Sagrada Familia fue para mi una revelación de la adolescencia) pero también a Italia, pues él era de origen italiana, como la familia de mi madre. Fue así que yo me crié con una adoración extraña y bastante morbosa por cierta pintura española pero también italiana del siglo dieciséis y diecisiete: El Greco, Velásquez, Goya, Caravaggio eran los amores de mi vida, junto con los cómics de ciencia ficción: Enki Bilal, Moebius, Ranxerox… Luego, hacia los veinte años, «perdí la chaveza» por el Pop Art (Warhol, Lichtenstein, Basquiat, Keith Haring) y por los cómics americanos de Marvel y obras maestras como Batman por Frank Miller. Por fin, el encuentro casual en Mallorca con un personaje extraordinario, el pintor psicodélico Mati Klarwein (suya era la portada del disco de los Santana, Abraxas), me llevó a la decisión de ser artista.

¿Cuando empezó usted a pintar?
La verdad es que yo nunca he pintado. Dibujé, hice esculturas con los materiales más diferentes, hice collages…

Usted no es artista de tipo convencional. Yo se que usted se hizo notar también en performances muy asombrosas…
Empezé haciendo incursiones en exposiciones en las que no había sido invitado. En Madrid hacía la «estatua viviente» frente a las entradas de muestras colectivas. Me disfrazaba de estatua y me quedaba inmóvil cuatro-cinco horas seguidas. Solían confundirme con un artista callejero, y de hecho un poco lo era. En 2005, gracias a una amiga española que trabajaba en Italia en el circuito del arte contemporáneo, fui invitado por primera vez para tener oficialmente una de mis actuaciones en una exposición que se llamaba Miracolo a Milano: allí, me quedé algo como seis horas de pie, inmóvil, dentro de una caja de madera, que formaba la base de la escultura, de la que asomaba sólo mi cabeza, para representar al Bautista decapitado.

Usted se define un artista sans papiers. En que sentido y porqué.
Nunca he tenido un domicilio fijo, excepto cuando me vi obligado a hacerlo por razones de fuerza mayor.

¿Cuales son sus artistas de referencia?
Mati Klarwein, Roy Lichtenstein, Robert Wil­liams, Antoni Gaudí, Enki Bilal, Giacomo Balla, Jean-Michel Basquiat, Allen Ginsberg, Marc Ryden, El Greco, Fortunato Depero, Takashi Murakami, Max Ernst, Tanino Liberatore, Andy Warhol, William Bur­roughs, David LaChapelle, Raoul Hausmann, Mimmo Rotella, Keith Haring, Gilbert & George, John Heartfield, Kehinde Wiley, Robert Rauschenberg, Andrea Zucchi, Moebius, Marc Quinn, Richard Hamilton, Colin Christian, Pierre y Gilles, Luigi Ontani, Jeff Koons, Ray Caesar… y Felipe Cardeña.

Desde finales de 2007 usted empezó el proyecto Power Flower. ¿En que consiste, cuanto tiempo va a durar y cuales serán los próximos pasos?
Entorno al proyecto Power Flower, con sus collages de flores de colores en las diferentes declinaciones, roda la mayoría de mi trabajo actual. Power Flower es el título de una serie de collages de pequeño tamaño (cm 24x30) que se prolonga durante un par de años y que por lo menos en las intenciones está destinado a durar para siempre (hasta ahora he hecho más de 200); pero en un sentido más amplio es la sigla bajo la cual cabe todo mi trabajo actual sobre la riqueza, estética y dinámica, de las formas florales.

¿Porqué la elección del collage y porqué las flores?
Mi amor por el collage «empezó» más o menos hace tres años, durante una temporada de mi vida por extremo difícil, en que yo me vi obligado a permanecer «cerrado» en un lugar durante mucho tiempo sin poder tener contacto con mi mundo, con mis amigos de siempre. Desde ahí, la espontánea elección de una técnica meticulosa, monótona y repetitiva hasta la obsesión: cortar flores y pegarlas en un lienzo, una por una, tenía y todavía tiene un poder mágico-curativo (o según Jodorowsky, «psico-mágico»), apotropaico y «liberatorio»: como rezar un mantra o una oración o como desgranar las cuentas de un rosario. Ayuda a pensar, pero también a liberar la mente, a reconciliarse con las fuerzas latentes del universo, a soñar con las dimensiones «otras», a evadirse, a volar con la fantasía y sentirse «libres», aún cuando no lo estamos en la vida real.
Las flores han sido una elección natural y en cierto sentido obligada: las flores son las figuras más ricas y bellas de la naturaleza, en la extravagancia de sus mil formas diferentes, en las tonalidades de sus extraordinarios colores… Son el pattern, el decorado fantástico sobre que construyo mis historias, mi mundo, la geografía imaginativa de ese loco universo que yo llamo «el país de Cardeña».

La flor como objeto de arte, pictórico y fotográfico, tiene referencias nobles y importantes. Para limitarnos al siglo Veinte, basta con que recordemos a Georgia O’Keeffe y Robert Mapplethorpe. Y ahora a Felipe Cardeña…
En el arte, antiguo y contemporáneo, hay extraordinarios ejemplos de flores. Yo quiero las flores en el arte cuando se hacen elemento a la vez decorativo y simbólico: desde Georgia O’Keeffe hasta las tenues flores del «marchesino pittore» Filippo de Pisis, símbolo de la caducidad y sensualidad de la naturaleza, hasta las montañas de flores derramadas sobre el lienzo del pintor Alma Tadema: no olvidemos su obra maestra, Las rosas de Heliogábalo, donde las flores rodean las diversiones del emperador. (D’Annunzio comparaba la pintura de Alma Tadema a «una rara pieza de orfebrería, una joya cargada de tallas, un marfil tallado y grabado, un alabastro meticulosamente traspasado»: me gusta pensar que quien sabe, él podría decir lo mismo de mis collages…) Pero entre los contemporáneos, creo que Marc Quinn haya alcanzado una cumbre extraordinaria con sus Frozen Garden, jardines de flores congeladas en el líquido de silicona a 20 grados bajo cero: un milagro de la forma pura, donde el jardín se hace una obra imposible y absoluta, en equilibrio perfecto entre sugestión natural y creación artificial… así como ciertas extravagancias y maravillas botánicas del siglo dieciocho…

Alguien piensa que sus obras recientes recuerdan también las composiciones de Gilbert & George y de David LaChapelle.
Me gusta muchisimo el trabajo de Gilbert & George y para mi David LaChapelle es uno de los mejores artistas contemporáneos, por lo menos entre los que utilizan la fotografía. Estéticamente, le debo mucho a ambos. Pero no olvido el trabajo de Pierre y Gilles que, como dijo Jeff Koons, «siempre están buscando la belleza en todas las cosas.» Yo también entento hacer lo mismo…

Una de sus serie de trabajos es titulada The Black Dahlia. ¿Quien y qué inspiraron estos trabajos? Las referencias más inmediatas son la América de los Cincuenta, las pin-up, los semanarios pop, la cultura noir. ¿Y qué más?
Era un homenaje a todo esto, claro. The Black Dahlia, la novela cult por James Ellroy, fue uno de los grandes amores de mi adolescencia. En este libro, yo descubrí que el «lado obscuro» de la naturaleza no tiene que ser reprimido o demonizado, sino más bien entendido, estudiado, investigado: tenemos que ajustar la cuentas con todo esto, día tras día. Por otra parte, siempre he estado fascinado por el delito, por el encanto ambiguo de la crónica de sucesos en los periódicos, siempre me gustó el noir, en el cine y en la literatura.

Sus collages tamaño gigante llegaron recientemente hasta Cuba…
Una poetisa y «agitadora cultural» cubana, Ana Pedroso, se enamoró de mi trabajo y me pedí una intervención site specific por Arte Mas 2009, el Festival Internacional de Arte y Literatura Joven, coordinado por ella misma. Yo pensé tomar la iconografía internacional del Che – quien es ahora un puro símbolo pop, al igual que Mao, Marilyn o el Dalai Lama – y hundirla en un marco floral. Como título, escogí la letra de una famosa canción cubana, Cuba es un jardín de rosas. Luego, reproduje este trabajo en una serie de paneles de más de 3 metros de base, que fueron colgados en varios lugares de La Habana. La obra original fue regalada a la Municipalidad de La Habana, que la instaló definitivamente en la sede de la Academia de Bellas Artes.

¿Despues de las flores y los collages, qué habrá?
Los collages y las flores son parte de mi mundo, y no creo que puedan salir fácilmente. Más bien, a lado del collage, utilizaré otras técnicas: recientemente estuve haciendo algunas esculturas de flores, con flores de tela: con costura y bordado inserto retazos de diferentes tejidos, trozos de tela de color, palabras y slogan bordados en la hojas y en los pétalos… Quiero hacer mio el lema futurista, según el cual se puede «reconstruir el mundo con alegría, es decir, volver a crearlo en su totalidad»: las flores de Felipe salen inevitablemente del lienzo para invadir libremente el mundo…

A usted non le gusta mucho hablar de sí mismo. ¿Podemos al menos pedirle donde vive y con quien?
¿Donde vivo? ¡Que pregunta! ¡En el país de Cardeña, claro!

¿Su mayor satisfacción, ahora?
Dar destellos de felicidad a los que aman mi trabajo.

¿Un sueño artístico (pero no sólo) para realizar?
Sueño con ser invitado a realizar una casa completamente invadida por mis flores: flores en las paredes, la puertas, los objetos, la decoración, las alfombras, las camas, y flores que salen de las paredes, que brotan de los grifos del cuarto de baño, que se desbordan de los armarios, de las ventanas… Y también en el jardín, una avalancha de flores: verdaderas, artificiales, cultivadas, salvajes, exóticas, europeas… todas juntas, mezcladas en un tourbillon infinito y rebosante…

¿Qué es para usted el arte contemporáneo?
Un mundo donde nada es imposible.

¿Usted es coleccionista?
Más bien colecciono obras de amigos artistas, con los que hago intercambios o también hago obras a cuatro manos: por ejemplo, hice muchas con la pintora ucraniana Svitlana Grebenyuk.

¿A pesar de usted, un artista contemporáneo sobre quien contar y porqué?
Paolo Schmidlin: es uno de los mejores escultores contemporáneos porque trata de una manera tan desencantada, refinada y, a veces cruel, la obsesión con la belleza, la juventud, más allá de cualquier límite natural. En pocas palabras, la dictadura de la belleza artificial que rige la sociedad contemporánea.

¿Dentro de cincuenta anos, qué quiere que se quede con usted?
Las pinturas de un artista extravagante y un poco fuera de las líneas, que había inventado un loco, loco, loco mundo hecho sólo con flores.

Por último, ¿quien es Felipe Cardeña?
Un artista que ha tratado de transformar el caos en belleza y la dificultad de vivir en la eterna alegría estética.